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ChatGPT y “el trabajo sucio de l’IA” (entrevista en El Mercurio, Chile, 26 febr. 2023)

En el diario chileno El Mercurio, el periodista Juan Rodríguez me hizo algunas preguntas sobre el reciente éxito de ChatGPT…

Mercurio-HD

Entrevista Lo humano y lo artificial

Conversar con el ChatGPT: ¿qué hay detrás de la pantalla?

Ha sido la canción del verano: en estos meses el comentario obligado es el chat que responde preguntas sobre los más variados temas, desde filosofía hasta el de la capacidad lectora de los chilenos. El sociólogo Antonio Casilli, autor del libro “Esperando los robots”, ha estudiado la realidad y retórica detrás de estas nuevas tecnologías y aquí da algunas claves para entenderlas.


“Compara las concepciones de virtud de Kant y Aristóteles”, le pidió al ChatGPT Raimundo Cox, del Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes.

“La concepción de virtud de Aristóteles se basa en la idea de eudaimonía, o felicidad, o prosperidad”, dijo el robot en parte de su respuesta. “Kant, por otro lado, se enfoca en las motivaciones detrás de nuestros actos”.

La respuesta es algo genérica y esquemática, pero acertada.

El lingüista Guillermo Soto, director de la Academia Chilena de la Lengua, le preguntó por el estereotipo “los chilenos no entienden lo que leen”.

“No, no es verdad que los chilenos no entienden lo que leen. Como en cualquier otra población, los chilenos varían en sus niveles de alfabetización y habilidades de comprensión lectora. Sin embargo, es injusto y equivocado hacer una generalización sobre toda una población basado en las acciones de unos pocos individuos”.

El periodista chileno Gazi Jalil le pidió ayuda literaria: “¿Quién me recomiendas para leer estos días: Gabriela Mistral o Lucila Godoy?”.

“Gabriela Mistral y Lucila Godoy son dos importantes poetas de América Latina y es una buena idea leer a ambas”, dijo, ecuánime y confundida, la inteligencia artificial (IA).

ChatGPT es uno más de varios robots que, se supone, hacen cosas que eran privilegio humano. Es un programa o inteligencia artificial diseñado para simular o mantener conversaciones con usuarios humanos, o sea, un chatbot. Fue lanzado el 30 de noviembre de 2022 y en principio es gratuito, pero se supone que se comenzará a cobrar. Ya en diciembre tenía un millón de usuarios.

La sigla secreta

Antonio Casilli es sociólogo y profesor del Instituto Politécnico de París. Se ha dedicado a investigar el impacto e influencia de la cultura digital en la vida cotidiana. Es autor, entre otros libros, de “Esperando a los robots” (Lom), un ensayo que alude a “Esperando a Godot” en el que revela el trabajo humano y precarizado que hay detrás de esa “magia” que parece ser la inteligencia artificial.

Casilli ha usado el ChatGPT, pero no para conversar: “Lo utilizo a diario como asistente de escritura, para redactar correos electrónicos, tomar notas o corregir y acortar textos. Para mi trabajo de autor, no es ni más ni menos revolucionario que la introducción de los primeros programas que permitieron dar formato a los textos, el siglo pasado”.

—¿Qué impresión le ha dejado el chat?

“A pesar de la retórica general, no le veo nada extraordinario en comparación con otros ejemplos de inteligencia artificial de este tipo. Son software que manejan un número enorme de parámetros (en el ChatGPT, hablamos de más de 170.000 millones) y que ‘aprenden’ a hablar y a generar texto a partir de ejemplos tomados de la web. La riqueza de ChatGPT reside en que dispone de un número impresionante de ejemplos, es decir, de datos. Utiliza una solución llamada Common Crawl, que lleva más de diez años tomando imágenes, videos, audio y texto de la web”.

—Vamos a lo básico, ¿cómo se programa un chat así?

“El secreto de cómo se programa reside en el acrónimo que encierra su nombre: esas misteriosas letras G-P-T. Empecemos por el final. La última letra, T, significa ‘Transformador’. Es el tipo de programa que se utiliza para descubrir regularidades en grandes masas de datos. En este caso, descubre correlaciones entre palabras. Predice, por ejemplo, que si se dice ‘no vayas a la derecha, ve a la…’ lo más probable es que la siguiente palabra sea ‘izquierda’. Por eso el chat parece entender el lenguaje humano. En realidad, lo único que hace es calcular probabilidades. En base a estas probabilidades puede generar textos, lo que explica la primera letra, G, que significa ‘Generativo’”.

—¿Y la P?

“Significa ‘Preentrenado’, lo que alude al hecho de que el chat no aprende a calcular todas las probabilidades en el momento en que uno lo utiliza, sino que se ha ‘preentrenado’ a sí mismo a partir de la enorme masa de datos que ya ha estudiado. En algún lugar hay alguien que enseña a este chat a generar textos. Ese alguien no es quien cabría esperar, como los científicos que lo crearon, sino gente que hace ‘el trabajo sucio de la IA’. Estas personas se contratan a través de plataformas especializadas que encuentran trabajadores independientes, dispuestos a trabajar por salarios muy bajos. Por eso suelen ser de países de renta baja, como Kenia o Filipinas”.

—En enero, la revista Time reveló que OpenAI usó trabajadores kenianos, a quienes pagó menos de dos dólares por hora, para hacer que ChatGPT fuera “menos tóxico”.

“Los ingenieros consideran este trabajo indigno de ellos. He mantenido muchas conversaciones con arquitectos de sistemas informáticos. Un ingeniero de IBM que me dijo: ‘Conseguimos ‘pequeños indios’ para que hagan el trabajo de preparar los datos, ellos son los que hacen el barrido después de que nosotros pasemos’. En resumen, el trabajo del clic que se subcontrata a Kenia, India o Venezuela está infravalorado, pero es necesario para crear los datos que constituyen los ejemplos sobre los que ChatGPT se ‘preentrena’. Es el corazón de toda inteligencia artificial, pero es un trabajo repetitivo”.

Casi nada que temer

En un artículo titulado “El sueño de la máquina creativa”, el filósofo español Daniel Innerarity explica por qué no hay que tenerles miedo al ChatGPT ni al arte generado por inteligencia artificial. Dice que la IA “crea” identificando y reproduciendo patrones, mientras que la creatividad humana “implica siempre una cierta transgresión”.

“Estoy de acuerdo”, dice Casilli. “Lo que dice Innerarity es cierto en el campo del arte y la creación humana, y también lo es en el campo de la informática. Los modelos matemáticos que subyacen a ChatGPT buscan descubrir regularidades. La inspiración, en cambio, es hija de la conexión inesperada, del gesto irracional, de la excepción”.

“Por supuesto, se podría argumentar que se trata de una visión idealizada y romántica de la cultura humana”, agrega Casilli. “A veces el propio arte es imitación, repetición de lo idéntico, manierismo. Pero no creo que el problema se plantee en términos de ‘¿cuál es la esencia del espíritu humano? ¿Puede la IA reproducirla?’”.

—¿Por qué no?

“No creo que ninguna de las personas que construyen hoy los grandes sistemas de aprendizaje automático se plantee: ‘Ahora quiero construir un cerebro artificial’. Al contrario, las personas que he conocido se hacen preguntas mucho más terrenales. ‘¿Cómo puedo optimizar estos parámetros?’. ‘¿Cómo puedo obtener esta herramienta sin pagar millones?’”.

“Quienes tienen grandes pretensiones filosóficas de revolucionar el mundo y renovar el espíritu humano con la IA son los dueños de las empresas para las que trabajan estos científicos. Los Elon Musk, los Jeff Bezos… esta generación que cree haber encontrado la clave para interpretar el universo. Pero ellos nunca han puesto sus manos en el juego. No son técnicos, son demagogos. Nadie está trabajando realmente para construir una inteligencia artificial sobrehumana”.

—¿A qué sí habría que temer?

“Mientras todo el mundo está ocupado preguntándose ‘esta IA ¿es consciente?’, no nos hacemos otras preguntas. Por ejemplo, si esta IA es segura o si contiene riesgos potenciales. ¿Qué pasaría si una organización criminal o un régimen autoritario la utilizaran a gran escala? ¿Se han examinado estos riesgos? Parece que no”.

—¿Ha habido problemas?

“Microsoft es uno de los grandes financistas de ChatGPT y utilizó esta tecnología para mejorar su motor de búsqueda Bing. El resultado fue desastroso. Pocos días después de lanzarlo entre un número limitado de usuarios, Bing empezó a acosarlos con peticiones amorosas, amenazó con revelar supuestos delitos, sugirió formas de robar un banco y otras amenidades. ¿Era Microsoft consciente de ello? Aparentemente sí, porque ya había probado la IA de Bing en la India hace cuatro meses e incluso entonces había mostrado un comportamiento aberrante. ¿Qué se hizo para mejorarlo? No mucho, porque la empresa estaba demasiado ocupada impulsando debates sobre si su IA era realmente animada o no”.

Entre la pedagogía y el peligro de plagio

Antonio Casilli sabe que sus colegas en la universidad recurren a este tipo de chat robot o simplemente chatbot: “He conocido a un par que lo usa para escribir informes sobre sus actividades o para empezar a apuntar ideas para las clases, que luego desarrollan, por supuesto”, cuenta. “En cuanto a mis estudiantes, sé que lo utilizan porque me lo han confesado sinceramente”. Para él no es problema, no teme al plagio, y hasta puede ser una oportunidad; ha hecho experimentos pedagógicos que bautizó como “Challenge ChatGPT”. “Por ejemplo, les digo a mis estudiantes que busquen información con la IA; luego, que la consulten en los libros de texto; y después, que cuestionen la información proporcionada inicialmente por el chatbot”.

“En mi profesión, cada diez años hay un nuevo pánico moral, una nueva amenaza que pretende perturbar todo y destruir el pacto pedagógico que supuestamente existe entre profesores y discentes. Primero el uso de Google parecía un desastre; luego el uso de Wikipedia parecía un cataclismo y hoy ChatGPT. Mi estrategia siempre ha sido decirme a mí mismo ‘mis estudiantes y yo vivimos en la misma realidad, y aprendemos juntos utilizando las herramientas que tenemos a nuestra disposición’. Si la herramienta hoy es ChatGPT, usémosla”.

—Con todo lo que ya sabes del ChatGPT, ¿qué le preguntarías hoy?

“Puede que te sorprenda, pero para mí, ChatGPT es solo una herramienta, como un frigorífico o una calculadora. ¿Qué le pedirías a tu refrigerador? Que guarde comida. Pero no le harías ninguna pregunta. Y lo mismo a la calculadora. Esperarías que hiciera cálculos exactos, pero no querrías considerarla un ser humano sensible y consciente con el que pudieras mantener conversaciones. No querrías ‘antropomorfizarla’. Lo mismo puede decirse de ChatGPT. Aunque su interfaz es la de un bot de chat, no son preguntas lo que le haces: son instrucciones que le das a una máquina”.

[Video] Lanzamiento de mi libro “Esperando a los robots” (LOM Ediciones) (Santiago, Chile, 26 enero 2023)

Conversación con Pablo Pérez Ahumada sobre mi libro Esperando a los robots. Investigación sobre el trabajo del clic. Evento organizado en Librería Ulises, Santiago de Chile, el 26 de enero de 2023, por LOM Ediciones y el Instituto Francés de Chile.

Para Casilli, los sueños de los robots inteligentes solo benefician a los grandes oligopolios digitales, representados por el acrónimo GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft). Detrás del discurso promocional del reemplazo de trabajadores humanos por las tecnologías smart, lo que hacen las plataformas es más bien ocultar la realidad del mercado laboral: un trabajo no remunerado o mal remunerado, sin garantías ni protecciones laborales.

Mi texto ‘Anarquismo de plataforma’ publicado por Barbarie.lat (16 enero 2023)

La web cultural chilena Barbarie.lat publicó mi texto “Anarquismo de Plataforma”.

Anarquismo de plataforma: contra Bezos, Musk y Zuckerberg

En su libro Esperando a los robots, el sociólogo italiano Antonio A. Casilli descubre el trabajo humano y precario que hay detrás de la inteligencia artificial y muestra la distancia que existe entre el ideal de la «economía colaborativa» y la realidad de los «proletarios del clic». Invitado a La noche de las ideas el sábado 21 de enero, en estas respuestas el autor reflexiona sobre «trabajo fantasma», pandemia y digitalización, el sueño de un internet democrático, la retórica de la automatización, el extractivismo y otros costos ocultos, y sobre qué hacer frente al dominio de los oligopolios digitales.

La inteligencia artificial actual se basa en una economía política capitalista que existe hace varios siglos. La novedad reside en su tamaño e intensidad. La ancestral deslocalización de procesos industriales a países de renta baja se ha modernizado y realizado a una velocidad y escala que habrían sido inimaginables hace uno o dos siglos. Es el capitalismo con esteroides y, a través del trabajo del clic genera «trabajo fantasma».

En los años 80, Ivan Illic introdujo este concepto, y a finales de la década de 2010 la antropóloga Mary Gray lo amplió para describir el trabajo necesario para entrenar algoritmos, para asegurarse de que el asistente vocal de su smartphone entiende lo que usted dice, etcétera. No es el trabajo de ingenieros y desarrolladores de software muy bien pagados, sino el trabajo no reconocido de millones de trabajadores del clic repartidos por todo el mundo.

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Cuando titulé mi libro Esperando a los robots (En attendant les robots, en francés) no estaba pensando en Constantino Kavafis y «Esperando a los bárbaros», sino en Esperando a Godot, de Samuel Beckett. El protagonista del poema de Kavafis espera a una horda de extranjeros peligrosos. Los bárbaros representan un enemigo amenazador. No es lo que yo pretendía transmitir. Al elegir el título, pensé en algo mesiánico y trascendente, como la promesa de la tecnología. Beckett describe a sus personajes como vagabundos, dos marginales, a la espera de una figura paterna. El nombre Godot implica la anticipación de algo trascendente («God»). La tecnología actual se ha convertido en un juego de espera, una anticipación de algo grandioso que nunca llega a suceder. Toda automatización es incompleta. La inteligencia artificial es siempre menos inteligente de lo esperado. El cumplimiento de cada promesa siempre se pospone. Por ahora, las tecnologías autónomas siguen siendo horizontes lejanos.

Como sociedad, se nos vendió la promesa de la tecnología para calmar nuestra frustración existencial colectiva. Pero también para calmar las quejas y reivindicaciones de quienes sufren injusticias y explotación. Nuestro sueño robótico es el opio moderno de las masas, una manera de pacificarlas para que no luchen por sus derechos. Es necesaria una distribución más equitativa de la riqueza producida por estas tecnologías.

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Un tipo especial de digitalización, la plataformización, coincidió con la crisis sanitaria. Los grandes oligopolios centralizados impulsan esta visión. Empresas como Amazon, PedidosYa, TikTok, Zoom, etcétera, han ofrecido soluciones comerciales fácilmente reconocibles. Estas marcas se han convertido en sinónimo de digitalización, oscureciendo así otros enfoques. Por ejemplo, la crisis no coincidió con grandes inversiones gubernamentales en infraestructura digital. Tampoco se produjeron grandes esfuerzos de la sociedad civil para crear soluciones digitales populares y no comerciales. Por el contrario, triunfaron las aplicaciones comerciales, anunciadas por las grandes plataformas. Por ello, la adopción de estas tecnologías ha sido profundamente desigual. No todo el mundo se beneficia de estas tendencias tecnológicas.

Un ejemplo perfecto es el teletrabajo. En primer lugar, el trabajo a distancia no se ha generalizado. De hecho, la pandemia ha demostrado que la mayoría de los trabajos no pueden realizarse a distancia. Durante los periodos de confinamiento más graves, solo el 25% de los trabajos podían realizarse desde casa. Estas cifras son las mismas en Sudamérica, Europa y Norteamérica. Como resultado, existe una desigualdad entre quienes pueden trabajar desde casa y aquellos cuyos empleos requieren proximidad física, que se ven más perturbados por los medidas de contención. Los empleos que entran en esta última categoría son los esenciales: trabajadores de hospitales, de la construcción, de la producción alimentaria, etcétera. Cuanto más vitales son, más vulnerables parecen ser.

Hay otros tipos de desigualdades que también pueden agravarse. Para teletrabajar se necesita internet estable y una vivienda cómoda, por lo que las personas de barrios empobrecidos o zonas rurales están en desventaja. En segundo lugar, existe una desigualdad entre sexos: las mujeres siguen realizando más tareas domésticas y de crianza que los hombres. Conciliar el trabajo y la vida familiar es extremadamente difícil para una mujer que trabaja a distancia.

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Aunque se anuncian como limpias y ecológicas, estas tecnologías se basan en costosas y largas cadenas de suministro. Contribuyen a un sistema económico de desigualdad y explotación no solo de los recursos naturales, sino también de los humanos. Digamos que producen varios tipos de residuos, unos medioambientales y otros sociales. La contaminación informática también puede considerarse un problema: spam, fake news, ciberanzuelos.

Los movimientos sociales que luchan contra estos costos ocultos de nuestras tecnologías surgen en los países que se encuentran en la encrucijada de estas cadenas de suministro de datos, trabajo y recursos naturales. Las huelgas en China, en 2022, en la mayor fábrica de iPhone del mundo, dan un claro ejemplo de un país que acoge a grandes masas de trabajadores que producen equipos y objetos tecnológicos como smartphones y tabletas. Dada la explotación de estos trabajadores, es inevitable que surjan conflictos laborales.

Además, surgen tensiones políticas, sociales y económicas en los países que albergan los «sustratos minerales» de estas tecnologías. Me refiero a los minerales estratégicos situados en el Sur global. Por ejemplo, el triángulo del litio entre Chile, Argentina y Bolivia. O el cobalto, extraído en países africanos como la República Democrática del Congo y Madagascar. Estos minerales son vitales, porque son esenciales para la producción de baterías, dispositivos y equipos.

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No hay por qué considerar a la Unión Europea la única campeona de la regulación de internet. Varios países asiáticos y africanos han promulgado recientemente leyes antimonopolio y de protección de la intimidad. Sin embargo, la Unión Europea es muy eficaz a la hora de publicitar sus propios esfuerzos para regular el poder excesivo de las multinacionales de internet. La supuesta primacía europea es muy paternalista. Europa no es un faro de integridad. Sus leyes están destinadas en gran medida a proteger a las empresas europeas de los competidores estadounidenses y chinos. Si a las empresas europeas se les exigieran los mismos niveles de responsabilidad y transparencia que a sus homólogas extranjeras, ¿qué gracia tendría?

La pregunta «¿qué hay que hacer ahora?» no puede responderse con una regulación desde arriba, sino reconociendo las luchas en curso. Los conflictos y las formas de solidaridad entre usuarios no solo se dan en Europa, sino también en Sudamérica o Asia. No siempre las reconocemos, ya que no siempre adoptan la forma de un manifiesto o una carta. Mis colegas y yo realizamos recientemente un análisis comparativo de los trabajadores de plataformas en México, Venezuela y Argentina. Fue sorprendente ver cómo el trabajo informal es también un lugar de resistencia y lucha para un gran porcentaje de latinoamericanos. Buenos Aires, por ejemplo, ha ilegalizado Uber, por lo que los conductores se ven obligados a idear estrategias políticas encubiertas. No pueden votar a sus representantes ni pedir directamente mejoras salariales. Sus quejas deben expresarse de manera clandestina e informal: creando cuentas falsas, aceptando solo pagos en efectivo que no puedan ser rastreados por Uber, etcétera.

Estas actividades pueden interpretarse como sabotajes suaves, o incluso como formas embrionarias de conflicto. Sin embargo, son métodos de acción política en toda regla. La razón por la que no podemos reconocerlos es que nuestra sensibilidad política sigue dominada por las ideas de acción industrial del siglo XX: un conflicto organizado con reivindicaciones explícitas y un repertorio claro de argumentos. Quizá deberíamos actualizar nuestro software político, por así decirlo. Tenemos que empezar a identificar la acción política entre los usuarios no organizados de plataformas como un movimiento. Aunque no tengan reivindicaciones claras y no se guíen por una estrategia estable, son movimientos de trabajadores. Su trabajo es atípico, no clásico, barroco, y su acción política refleja estas características.

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Condenar las ideologías explotadoras de las plataformas digitales no significa apelar a una estéril política del resentimiento. De hecho, la aparición de una vasta subclase global de trabajadores digitales nos ayuda a detectar nuevas experiencias políticas en todo el mundo. Utilizar estas tecnologías para un futuro más justo e igualitario abre nuevas posibilidades. Es fascinante ver cómo toman forma enfoques conceptuales y prácticos originales sobre las tecnologías.

Por ejemplo, en todo el mundo, científicos y activistas se preguntan si el conocimiento de los pueblos aborígenes puede dar forma a nuestra visión de la inteligencia artificial. Otras veces, las luchas de las mujeres han influido en las tendencias tecnológicas recientes. Además se ha pedido a la comunidad informática que aborde las desigualdades sistémicas y estructurales hacia las personas de color. Todos estos movimientos son bastante visibles. También tienden puentes hacia movimientos ajenos al sector tecnológico, que cada vez se relacionan más con él. Antes de internet, ya existían movimientos para la protección de la privacidad, la garantía de la libertad de expresión y la inclusión de las minorías y los grupos marginados; ahora han encontrado nueva vida. Y está el movimiento obrero: pensemos en cómo los repartidores, los trabajadores de la tecnología y los de la logística han protagonizado acciones sindicales en los últimos años. El trabajo basado en aplicaciones representa una frontera apasionante para los sindicatos. No es raro que aparezcan en sectores inesperados: sindicatos de creadores de YouTube, sindicatos de privacidad de usuarios de Facebook, etcétera.

Todos estos ejemplos pueden parecer muy interesantes, aunque también bastante fragmentarios. Pero, en mi opinión, indican una tendencia global hacia una gobernanza tecnológica federada y basada en la comunidad. Me refiero a esta tendencia como «anarquismo de plataforma». Al igual que los movimientos anarquistas históricos, estas nuevas iniciativas abogan por la autogestión y la autonomía. Las plataformas digitales deben ser gobernadas por los usuarios, no por empresarios dementes como Bezos y Zuckerberg. En los últimos años han surgido modelos alternativos de gobernanza popular, cooperativas digitales, procomunes de datos, etcétera. Internet se ha convertido en un archipiélago de plataformas y aplicaciones gestionadas democráticamente por sus usuarios. Necesitamos federarlas en infraestructuras más grandes, propiedad de los usuarios. ¿Y si la campaña #WeAreTwitter que intentó comprar la plataforma en 2017 hubiera tenido éxito? ¿Podríamos tener un «Twitter del pueblo» en lugar de la versión distópica del servicio de Elon Musk?

Entrevista en el diario chileno El Mercurio (15 enero 2023)

En el diario El Mercurio, el periodista Juan Rodríguez me entrevistó en ocasión de venir a presentar mi libro Esperando a los robots. Investigación sobre el trabajo del clic (LOM Ediciones, 2022) y a participar en la Noche de las Ideas 2023.

Entrevista Antonio A. Casilli, sociólogo italiano:

Hombres y mujeres detrás de la inteligencia artificial

En “Esperando a los robots” (Lom), libro sobre el “trabajo del clic”, el autor, invitado a “La noche de las ideas”, muestra que los ingenios digitales y la retórica que los promueve ocultan labores humanas tan materiales como precarias.

Juan Rodríguez M.

Una empresa francesa, especializada en inteligencia artificial (IA), ofrece a personas adineradas productos y servicios exclusivos y personalizados, gracias a un algoritmo que rastrea la vida digital de los clientes para conocer sus gustos. Lo raro es que en la empresa no hay ningún ingeniero en IA ni tampoco un científico de datos.

¿Por qué? Porque la tecnología que ofrece no existe, “el trabajo que debería haber hecho la IA se realiza realmente en el extranjero por trabajadores independientes. En lugar de la IA, o de un robot inteligente que recopila información en la web y devuelve un resultado tras un cálculo matemático, los fundadores de la startup habían diseñado una plataforma digital, es decir, un software que envía las solicitudes de los usuarios de la aplicación móvil hacia… Antananarivo”. O sea, la capital de Madagascar, cuenta el sociólogo italiano Antonio A. Casilli en su libro “Esperando a los robots” (Lom).

Son millones en el mundo las manos, no de ingenieros ni científicos, sino de trabajadores precarizados, que hacen funcionar las tecnologías que prometen automatizar la vida. Les pagan pocos centavos por clic, dice Casilli, “a menudo sin contrato y sin estabilidad laboral. ¿Y desde dónde trabajan? Desde cibercafés en Filipinas, desde los hogares en la India, incluso desde las salas de informática de las universidades de Kenia”. “En Mozambique o en Uganda hay barrios enteros de las grandes ciudades, o de las aldeas rurales, que se han puesto a trabajar para cliquear”.

Casilli es profesor del Instituto Politécnico de París e investigador de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, también de París, investiga el impacto de la cultura digital en la vida cotidiana, y es uno de los invitados a “La noche de las ideas”, encuentro que organiza el Instituto Francés, el próximo fin de semana en el Centro Cultural La Moneda (ver recuadro).

Las tecnologías digitales, explica el autor, han tenido un impacto ambivalente en nuestras sociedades. De un lado, la aspiración de los usuarios a la autonomía y la libertad, el deseo de comunicarse; del otro, los oligopolios digitales —“Amazon, Alphabet, Meta, Alibaba, Tencent, etcétera”— que se apropian de esos deseos.

“La aparición del digital labor o ‘trabajo del clic’ es una de las manifestaciones más extremas de estas tendencias”, explica Casilli. “Muchas empresas y plataformas subcontratan el trabajo a multitudes de usuarios que lo hacen gratis o por salarios muy bajos. Este trabajo en línea lo realizan aficionados apasionados, creadores, autónomos y trabajadores informales. También consumidores y usuarios de plataformas. En lugar de contratarlos, reclutarlos, formarlos y pagarles, las empresas y plataformas utilizan sistemas complejos para captar su atención. El procesamiento de datos, la curaduría, la adición de etiquetas y metadatos son los principales aspectos de este trabajo. Cada vez que resolvemos un captcha o dejamos una reseña de un producto, realizamos este tipo de trabajo. Como usuarios de Google o Amazon, hacemos esta labor digital de forma gratuita, mientras que el resto trabaja por tarifas muy pequeñas, uno a mil pesos por clic”.

—Entonces, como dice usted, son los humanos los que le están quitando el trabajo a los robots.

“La IA se vende como una especie de magia: coches que se conducen solos, objetos que saben lo que quieren sus usuarios y ordenadores que aprenden más rápido que los humanos. Nos prometen máquinas sobrehumanas. Sin embargo, como en el Mago de Oz, los multimillonarios de la tecnología nos ordenan ‘no prestar atención al hombre tras la cortina’. Y le sorprendería saber cuántos hombres y mujeres hay detrás de la cortina de las tecnologías inteligentes. Con mi equipo de investigación DiPLab he realizado encuestas en varios países, de Egipto a Venezuela, de Argentina a Camerún. Hemos conocido a cientos de trabajadores informales que alimentan de datos a nuestras tecnologías inteligentes, a veces haciéndose pasar por aplicaciones o robots, mientras en realidad trabajan desde una pequeña habitación en la periferia de Caracas o Antananarivo”.

Ciclo de charlas en Chile sobre inteligencia artificial, trabajo y colonialidad (16-26 enero 2023)

Paola Tubaro y yo estaremos en Chile para una serie de charlas entre el 16 y el 26 de enero. Nuestros temas de investigación, que se centran en el trabajo en plataformas, inteligencia artificial, redes sociales, informalidad y colonialidad.

Lunes 16 enero 2023, 12:00, CUT, Talca — Antonio Casilli & Paola Tubaro “Plataformas digitales, trabajo en línea y automatización tras la crisis sanitaria” (CUT Talca, 1 oriente 809, Talca)

Martes 17 enero 2023, 11:00, Pontificia Universidad Católica — Paola Tubaro “Inteligencia artificial, transformaciones laborales y deslegalidades: El trabajo de las mujeres en las plataformas digitales de ‘microtareas”” (Instituto de Sociología UC & Quantitative and Computational Social Science Research Group (Campus San Joaquín), Pontificia Universidad Católica de Chile)

Martes 17 enero 2023, 12:10 Congreso Futuro, Providencia — Antonio Casilli “Trabajo global y inteligencia artificial. Los ‘ingredientes humanos’ ed la automatización” (Teatro Oriente, Pedro de Valdivia 099, Providencia)

Martes 17 enero 2023, 16:00, Universidad del Desarrollo — Paola Tubaro “Ética de la inteligencia artificial y otros retos para la investigación en redes sociales” (Escuela de Verano 2023, Universidad del Desarrollo)

Viernes 20 enero 2023, 10:00, Universidad de Chile — Paola Tubaro & Antonio Casilli “El trabajo detrás de la inteligencia artificial y la automatización en América Latina” (con Pablo Pérez y Francisca Gutiérrez, sala 129, FASCO, Av. Ignacio Carrera Pinto 1045, Ñuñoa)

Viernes 20 enero 2023, 20:00, Centro cultural La Moneda, Noche de las Ideas, Santiago — Paola Tubaro “Automatización: ¿El fin del humano?” (con con Denis Parra y Javier Ibacache, Plaza de la Ciudadanía 26, Santiago)

Sabado 21 enero 2021, 16:00, Centro cultural La Moneda, Noche de las Ideas, Santiago — Antonio Casilli “¿Qué esconde la inteligencia artificial?” (con José Ulloa, Constanza Michelson y Paula Escobar, Plaza de la Ciudadanía 26, Santiago)

Miércoles 26 enero 2023, 18:30, Santiago — Antonio Casilli, presentación del libro “Esperando a los robots. Investigación sobre el trabajo del clic” (LOM, 2021) (con Paulo Slachevsky, Librería del Ulises Lastarria, José Victorino Lastarria 70, local 2, Paseo Barrio Lastarria)